martes, 29 de marzo de 2016

Las mejores letras se les escapan a los poetas

Que no os engañen, las mejores letras se les escapan a los poetas. Las mejores palabras que sirven para describir esa puta sensación de un amigo imparcial, a un hocico siempre húmedo que al tocarte la mano salida por la esquina de una cama te rescata del vendaval, se escapan. 

Nadie describe con justicia esa transformación que sufres cuando empiezas tímidamente jugando con un perro y acabas perdiendo vergüenza, modales, te desatas todas las putas normas sociales, hasta que se te escapan sin quererlo las ganas de jugar y reír a cuatro patas amigo a amigo, gruñido a gruñido.

Nadie describe cómo debe a un amigo que mira sin juicio, con la más absurda fidelidad, a quien empieza siendo padre, sigue siendo “su amo”, para terminar siendo tan protegido como su propio hijo. Porque esa es la magia de tu amigo, de tu perro, que llega a tu casa siendo como tu hijo. Cuidas de él, presumes de él y juegas con él con un miedo absurdo, como si fuera de cristal. Luego empieza a crecer y le educas, le enseñas lo que está bien y lo que está mal, los horarios, lo que puede y no puede hacer. Y entonces crece, y un día llegas a casa y descubres que esa cola que se mueve de lado a lado es una señal más de que estás en tu hogar, te sabe mejor que el pijama. Es un miembro de la familia más...

Nadie describe ni describirá cómo te saluda un perro y cómo te hace sentir. Hay palabras que están escondidas o están por inventarse, sólo estoy seguro de una cosa… Mi perro, Balú, me enseñó que esa sensación tenía algo de hogar, de cálida chimenea, de mullido sillón, de caliente comida de puchero, de merienda familiar de domingo entre esporádicas risas con cruasán a la plancha, de postal de familia feliz...