domingo, 5 de febrero de 2017

Hablando con Daniel (Dan)...

Al principio sólo quieres amar...

Sólo quieres una tormenta que te desordene la vida entre lluvias de caricias, una persona donde dejar tus miedos, una persona en la que dejar esa huella que pare su mundo y su vida cuando todo va demasiado deprisa. Un tornado apasionado de abrazos y nudos de piernas en una cama, de esos que ya no sabes donde empieza el uno y donde acaba el otro, de esos que giran tan rápido que parece un infinito de amor y cariño. Un tornado que se calme en huracán y acabe en una estúpida rutina que te salve cada fin y cada principio de semana, y siempre acabe dando una linda flor que te recuerde una primavera cada día.

Después te conformas con una noche que te sepa a una vida entera, con una desnudez que te caliente la confianza, que te obligue a amar como si te jugaras todo, aunque al final se quede en algo, o incluso en nada.

Por último, te crecen barrancos en cada costado y te sientes solo. No sabes si estás muy alto o muy bajo, sólo sientes que todo está lejos y que las caricias no te llegan.

Y al final, empiezas a fijarte en la vida. Recuerdas la infancia, cuando no ibas detrás de nadie, sólo de la alegría. Cuando todo dependía de cómo tuvieras la imaginación de agitada. Y entonces recuerdas lo básico, recuerdas que todo depende de una sonrisa, de tu sonrisa, que quizás el día no sea tan malo si recuerdas y cantas esa canción. Que quizás el día sea bueno si recuerdas cómo era eso de bailar. Que quizás estar enamorado no sea la vía más rápida hacia la felicidad, ni la única.

Y entonces te sorprendes a la caza de emociones, te sorprendes mirando viajes, mirando miradas y descubriendo personas igual de perdidas que tú ahí detrás. Te sorprendes disfrutando la magia de las pequeñas cosas, puestas de sol y amaneceres, lo grande de un cielo estrellado. Puede que decidas saltar al vacío atado en una cuerda, puede que decidas ir a un concierto a gritar canciones hasta quedarte afónico, puede que decidas jugar a volar en parapente... 


Puede que lo mejor sea decidir vivir como si hubiese un mañana, pero sin preocuparte tanto por un largo plazo que te ha tenido reservado tanto tiempo para nada. Tengo un amigo, Daniel (Dan), que dice que lo mejor es vivir, siempre que no haya circunstancias afortunadas como un hijo que te estire los futuros mucho más, como si el mundo se fuese a acabar en cinco años. Cinco años es el tiempo justo para quitarte el miedo a vivir con reservas. Somos anticigarras, si ese bicho apenas reservaba comida para un invierno, nosotros con nuestros miedos, anticipos y pánicos, somos incapaces de disfrutar el verano si no tenemos comida y todo cubierto para los próximos veinte inviernos...

Habría que vivir sin cuestionar los sueños, sin esa guillotina que va con el peso de una supuesta madurez que lo único que aporta es una rendición avalada por la mayoría. Es increíble, pero así es, nunca he oído nada bueno de la madurez. Si una persona se ríe mucho, baila o canta por los pasillos, si una persona bromea, si una persona le da por salirse del carril, le acusamos de inmadurez. Quien quiere cambiar algo siempre es un "iluso", un "ayyy alma cándida", un "¡Idiota! Eso ya está inventao"... Hasta que llenan teatros o museos, los artistas siempre son "infantiles, inmaduros muertos de hambre que no tienen con qué ganarse la vida". Los revolucionarios antes de tumbar regímenes fueron "rebeldes sin causa, niños consentidos, que no tienen donde caerse muertos". 

A partir de cierta edad soñar a lo grande está prohibido, y lo peor, es que está bien vista una rendición antes de intentarlo, ya hay una serie de excusas universales que dejan bien visto un intento que no ha empezado. 

Cuando somos niños para cambiar el mundo sólo nos falta la independencia del adulto... Volvamos a pensar como antaño, ya no nos hace falta nada más, todo lo que hay ahora son excusas...