domingo, 16 de diciembre de 2018

El circo

El circo era pequeño, familiar, herencia de un tiempo mejor para payasos y alegrías más humildes, donde sólo hacia falta una canción con una letra alegre para unir a padres y niños, no había efectos, sólo coros de familias cantando unidas y alegres...
El mundo había olvidado la conexión 2.0 de una familia cantando agarrándose de las manos, había olvidado la magia del tacto y las caricias, mirarse a través de la rendija mágica unos ojos arrugados por una sonrisa.
Yo lo había olvidado. Entré en un circo pequeño, algo claustrofóbico incluso, no había bancos con sillas de tela, eran como esas antiguas sillas de plástico de bar. Suelo cubierto de arena y serrín, no había estrellas traídas de oriente que cogían posturas imposibles, o increíbles trucos de magia con complejos mecanismos capaces de engañar el juicio de la madurez de los adultos, no, todo estaba preparado para la poco exigente inocencia de los niños de antes de internet...
Pero pasó algo, salieron los payasos con sus tontas canciones infantiles de ritmo fácil para las palmas de los niños que aún no han crecido. Y no aplaudieron los niños, aplaudieron mis padres al son de la música. Fue como dar permiso a la infancia para jugar.
Yo estaba allí, mis padres fueron los que comenzaron el juego. El resto de padres iban con sus hijos y viendo que no se arrancaban porque no les impresionó un espectáculo tan básico, simplemente no se atrevían a dar más que unas palmadas. 
Fueron mis padres los que marcaron el ritmo de la magia, cada palmada era un escalón de una escalera que llevaba a la puerta de la infancia, que muchos habían olvidado. Fue mi padre, el que al acabar el primer chiste un payaso tímido con el público escaso y poco participativo, rompió las reglas y abrió esa puerta mágica con un simple hechizo, gritando a pleno pulmón: - ¡Bravo! 
Cada palmada de mi padre y mi madre empujaba al público y les ponía un escalón más cerca de aquella puerta, hasta que todos acabaron dentro, hasta que yo acabé dentro.
No sabéis lo que es ver un grupo de niños de entre 1 y 80 años cantando a pleno pulmón y bailando revolviéndose en una silla, ese sin duda es el ritual para que un montón de brujos y brujas invoquen a la alegría.
Durante un tiempo ese fue el circo más grande del mundo, había luz en las miradas por todas partes. 
Mi madre dice que es bruja y tiene 27 años, mi padre siempre dice que tiene un año más que mi madre, y hoy me lo he creído. Mi madre es esa bruja que tiene todos los trucos que te hacen falta para hacer cualquier viaje. Mi padre tiene los trucos para saber siempre por donde ir y no perderte nunca. Juntos hacen el mejor truco del mundo, la capacidad de abrir esa puerta de vuelta a tu infancia, donde las preocupaciones eran otras y si algo no iba bien, siempre podías parar y decir crucis. Es el truco más importante del mundo cuando eres adulto, cuando parece que la vida impone su inercia y todo parece estar fuera de control.
Esto no es más que otro agradecimiento más para los mejores padres y brujos del mundo, un te quiero a destiempo, como casi todos los te quiero de las personas que se lo merecen en una vida. Esto es sólo parte de lo que debía ir en una tapa de un libro, esto es sólo parte de la resaca de un recuerdo de esta tarde que se va a quedar para siempre conmigo.