lunes, 9 de mayo de 2016

Ariadna, la hada de la alegría.

Esta es la leyenda de la noche de la aparición de la luna y las estrellas, de la bendición de la hada Ariadna, nombre que significó Alegría en idiomas tan antiguos que nadie recuerda.


Cuenta la historia que al principio de los tiempos, el sol era el único astro en los cielos. Por el día, la gente paseaba y disfrutaba del recién creado mundo, disfrutaba de sus prados e iba y venía a pequeños reinos vecinos. Pero al atardecer cuando el sol se acostaba, la oscuridad reinaba a sus anchas atormentando con mil pesadillas a toda persona lejos de su hogar. La noche aprovechaba para con la ayuda del miedo, crear en la imaginación de los niños y niñas terribles bestias que los aterrorizaban.


Cuenta la historia que una caravana, víctima de las inclemencias del tiempo, tuvo que hacer noche al refugio de los árboles de un frondoso bosque. Cuando empezó a oscurecer y el sol se fue a dormir por el horizonte, empezó a silbar el viento arrancando quejidos a las hojas que rozaba. Llovía tanto y hacía tanto viento que no fue posible hacer hogueras, se encerraron todos en sus carromatos a esperar a que llegara el sol y acabara con la noche. Las familias abrazaban a los niños y niñas, que temblaban de puro pánico.

Así se mantenían, unidas, abrazadas, cerrando los ojos con fuerza, cuando de pronto, oyeron una dulce balada a lo lejos. Esa voz era como fina lluvia de verano, como tierna hogaza de pan al borde de la chimenea, era una voz hecha para cantar nanas y dormir horribles monstruos. Y así fue, poco a poco el viento se durmió y se hizo brisa, la noche deshizo sus oscuras hebras para dejar ver a través de la lona de los carros, una esbelta figura que cantaba y bailaba mientras saltaba flotando como si fuera una pluma mecida por el viento, con una larga melena rubia entre cuyos cabellos danzaban millones de luciérnagas encendidas como farolillos.
Las familias y los niños poco a poco se tranquilizaron con tan linda música, aflojaron su abrazo al ritmo que el miedo desaparecía y dejaba su espacio a la admiración por aquella hada, que había traído la paz a su improvisado campamento.

Los primeros en salir a verla, aún entre gimoteos y con la nariz taponada de sus sollozos, fueron los niños. Ariadna tenía una melena dorada como un dulce mediodía de verano, un cuerpo de amazona que recordaba al sinuoso curso de un río. Aunque lo mejor sin duda, era esa mirada limpia, alegre y honesta, que  recordaba a la ilusión, la inocencia y la jovialidad de los niños. Sin olvidar esa sonrisa, que sin previo aviso, estallaba en una carcajada, como los dientes de león se deshacen en deseos en un vendaval.

El hada,  viendo cuánto les aterraba la oscuridad, bailó con ellos en círculos dando saltos y saltos de alegría. En cada salto, luciérnagas de su pelo revoloteaban, se encendían y se elevaban cada vez más, hasta tocar el cielo e iluminarlo para siempre, convirtiéndose en pequeñas estrellas. De su vestido salieron millones de mariposas blancas que revolotearían a su libre albedrío siempre juntas, como un pequeño farol en el cielo, convirtiéndose en la cambiante luna, que protegería siempre a los niños en la noche.

Por último se unieron a la fiesta el resto de las familias, se bebió y comió cómo se merece un día tan mágico cómo era. Celebraron casi hasta el amanecer, entre bailes, entre risas y carcajadas, entre la emoción y la felicidad que se desbordaba en forma de lágrimas que corrían por las mejillas.
Cuando el enjambre de mariposas y luciérnagas se despedía por un horizonte y el sol llamaba por el otro, nuestra heroína realizó un último baile girando sobre sí misma una y otra vez, viéndose envuelta en cada vuelta por las lágrimas de pura felicidad de sus compañeros y compañeras de caravana, hasta que al final, al parar en seco, todas las lágrimas subieron rápidamente al cielo y se escurrieron por él a toda velocidad, como si de la mejilla del universo se tratase.

Se dice desde entonces, que si alguien ve una estrella fugaz en el cielo esta se queda con él. Esta persona estará destinada a ser tan feliz que acabará llorando su estrella de pura dicha, y entonces la estrella podrá volver a volar al cielo a la espera de otra  persona afortunada...