Terminaron
los postres y se fueron rumbo a casa montados en mil besos y metidas de mano,
parándose en cada farola. Llegaron y pusieron por bandera “La primavera
la sangre altera”, se amaron como dos animales en celo. Sólo paraban de besarse
y acariciarse para tomar aire y sumergirse de nuevo en un mundo de placer que
se habían inventado en una cama.
Un
mundo que parecía pequeño, pero siempre se las apañarían para descubrir algo
nuevo bajo su cielo, que eran las sábanas. Una caricia nueva que trajese un
gemido jamás escuchado, un suspiro nuevo traído por un beso jamás inventado,
una confianza en crecimiento que trajera un secreto no revelado…
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