sábado, 24 de enero de 2015

Si empiezas volando, luego no querrás caminar...

Si empiezas volando, luego no querrás caminar... No intentes hacer amigo al amante, es como darle las llaves de tu casa a un acosador.

Empezamos con la provocación en la mirada. Cuando nos conocimos teníamos claro que tarde o temprano, o nuestros labios se besaban o nos dejaríamos de ver. Es lo que tiene una cita con alguien que conoces por un chat, nadie va con la ilusión puesta en encontrar una nueva amiga, como poco, los más "machos" van agarrándose el paquete jadeando pensando en el polvazo que van a echar. Los menos "machos", los más Disney, lo más románticos, lo más idiotas, vamos pensando en que quizás sea el famoso amor de nuestra vida...

El caso es que todos, vamos con el deseo corriendo por la sangre, con mil escenas totalmente imaginadas de cómo besaremos a esa persona en la que tenemos, queramos o no todas las esperanzas, algunos de una noche, otros de una vida. Y dependiendo de la ilusión con la que vayamos y/o cuántos batacazos nos hayamos dado, cada gesto se puede interpretar de mil maneras que bien puede significar que ella nos deseé amándola en su cama o a un metro de distancia.

Cuando por eso mismo malinterpretamos la señales y esa mujer equivocada, se convierte en la mujer de nuestra vida, ahí llega el problema. Besamos, amamos y deseamos como si de verdad fuera lo más importante, movemos el mundo por verla, doblamos el tiempo a nuestro antojo para pasar un ratito más agarrados a su mano, y antes de que nos demos cuenta, estamos volando, cogiendo al futuro por el hombro como un compañero fiel de toda la vida y haciendo planes para el verano. 

El problema es cuando se cae el velo, cuando se empieza a ir el deseo, al amor se le cura su ceguera (el único ciego que jamás desearía que se curara) y ve lo que realmente hay. Entonces es cuando todo el amor que recubre un corazón se va deshaciendo, se va cayendo hecho jirones, pero con la piel de un corazón que al quedarse en carne viva duele, quema e irrita. Cuando vemos a esa persona ya no hay tanto placer, si no una especie de rencor, un "sé que no es culpa tuya, pero me haces daño", sus guiños ya no son tan cómplices si no una burla más de la que ya estás harto, su sonrisa ya no es tan linda, sus manos no son tan suaves y sus ojos han perdido ese marrón miel, ahora son más bien marrón pardo tierra seca.

Por último llega la peor parte, las concesiones. "Nos daremos un tiempo y nos veremos después", "Aún podemos ser amigos", etc... No lo hagáis, vamos, no sabemos ser amigos. Os habéis conocido entre besos y edredones, no habéis discutido porque cada discusión acababa en la cama. Nos habéis odiado porque lo más cerca que habéis estado de hacer daño al otro ha sido al clavar los dientes en su cuello. No os queréis porque ya no sabéis realmente cómo es el otro, cada gesto ha sido interpretado al antojo de un deseo que sólo quería que esa persona fuera vuestra para siempre, un robo habría sido justicia y un asesinato piedad en ese estado.

Lo único que se puede hacer es esperar a que el tiempo mate el recuerdo de los besos de esa persona, o al menos los haga inofensivos. Cualquier tiempo pasado fue mejor dicen, si hay besos o sexo de por medio, mejor y fantástico. El problema de no dejar pasar suficiente tiempo, es que la belleza interior no siempre está presente, la exterior sí, y la exterior a menudo nos hace olvidar lo que no nos gustó de la interior y caer otra vez en esa espiral de ponerle un velo al amor, para luego desollarlo de nuevo y que el rencor pase a ser odio... Llegará un momento que eso no habrá tiempo que lo cure...

No hay comentarios:

Publicar un comentario